Aún tenía en los labios el sabor de la copa, y el aliento llevaba el olor del pan fresco.
Aún se oía la voz de la llamada a la amistad y tus manos estaban aún mojadas del agua del caldero.
Aún sentías el calor del amigo que se acercaba descansando su dolor y pena sobre tu pecho.
Aún llevaban tus oídos el ruido del portazo que Judas, el traidor, dio con rabia y despecho.
Aún sonaban los salmos junto a la mesa sin recoger y la última vela poco a poco se consumía en su fuego.
Era la noche. La noche del pan partido y la copa pasada de mano en mano, de boca en boca, en signo de un recuerdo.
Era la noche de la traición. Era la noche, tu noche obscura, sin luna, sin estrella. Noche en tu huerto.
Era la noche de sentirte solo en soledad y angustia. Solo ante Dios y el hombre como si fuera un reto.
Era la noche larga como un túnel sin salida, la noche, como aquella, aún más noche, de la salida del pueblo.
Era la noche de tu negra noche de abandono y tristeza al sentirte solo, solo en soledad sin apoyos, sin atuendos.
Era la noche de quedarse lejos, sin los tuyos, orando al Padre, sin perder la vista a ellos.
Era la noche, Señor del alba, Señor del hombre, donde tu rostro humano sintió la frialdad del suelo.
Señor Jesús, yo creo en ti, doliente hasta la muerte, en lucha con el trago, en lucha abierta hasta beberlo.
Yo creo en ti, sudando sangre y muerto de tristeza, temblando el corazón y lleno de dolor y miedo.
Yo creo en ti, varón de dolores, hombre entre los hombres, luchando con la muerte, porque tú eres vida en sendero para entregarla a los hombres que caminan solitarios sin saber por qué, ni para qué, ni a dónde. Solos sin remedio.
Yo creo en ti, abierto tu corazón al Padre, hecho grito pidiendo que el imposible se haga posible, se haga cierto.
Yo creo en tu corazón abierto a la voluntad del Padre, porque en tu vida su plan sobre ti es tu proyecto.
Yo creo en ti en lucha con la muerte, la condena, porque eres fiel en obediencia, como un manso cordero.
Yo creo en ti, corazón dolorido por el amor al hombre, porque tú has abierto la a puertas de tu casa al mundo entero.
Señor Jesús, quiero hacer silencio ante tu llanto y grito.
Quiero hacer silencio ante el cansancio de tu silencio.
Quiero acercarme a ti y palpar tu cuerpo dolorido.
Quiero ponerme a tu lado y hacer oración en tu misterio.
Quiero decir contigo: Si es posible Padre, si es posible, que pase este trago, que sabe a hiel y es duro y seco.
Quiero decir contigo: Padre, que se haga tu voluntad, y no la mía. Porque tú eres, Padre, primero.
Señor Jesús, enséñame a orar la vida, orar la sangre, orar la crisis, orar en la tentación, orar que es riesgo querer beber el cáliz amargo, cuando uno solo, sin fuerzas, sin luz, sin nadie, en noche, quiere beberlo.
Señor Jesús, Señor de la noche eterna y salvadora, Señor obediente hasta la muerte, con amor sincero.
Tú eres Señor del alba, Señor de la mañana, danos tu luz cuando la noche nos vuelve ciegos.
Emilio L. Mazariegos
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